Con camisa blanca planchadita, perfumado y con una sonrisa discreta, un abuelito sigue recorriendo las calles bajo el sol para vender sus tradicionales paletitas congeladas. Lo hace con dignidad, sin molestar a nadie, esperando que alguien se acerque, aunque sea para saludarlo.
Su carrito azul con el letrero “Paletería La Lupita” ya es parte del paisaje. Muchos lo han visto, pocos se detienen. Pero quienes sí lo han hecho, aseguran que es imposible no sentir algo cuando lo ves: una mezcla de ternura, respeto y nostalgia.
Hoy más que nunca, este abuelito nos recuerda que no todo el que trabaja duro lo hace por gusto… a veces lo hace por necesidad, pero con una entereza que conmueve.
Si lo ves, no lo ignores. Cómprele lo que sea, salúdelo con cariño, hágalo sentir visto. Porque más que paletitas, él vende una lección de vida que no cuesta nada aprender.